28 diciembre 2011

Tener el mensaje escrito. Leerlo. Releerlo. Cambiar una palabra. Releerlo otra vez. Sacarle un "ja" al "jajaja". Releerlo una, dos, cien veces. Agregarle un "ja" al "jaja". Quedarse con el celular en la mano. Mirar al techo, al piso, al costado. Cerrar los ojos, apretar "enviar" y cerrar rápido el celular. Arrepentirse a los dos minutos. Después, pensar que estuvo bien. No recibir respuesta y volver a arrepentirse. Leerlo una vez más y pensar que podría haber sido un mensaje más interesante, mejor armado, otra cosa. Ponerse histérica, argumentando que la dignidad y las posibilidades se perdieron en ese mensaje. Enconchudecerse. Chocolate, galletitas, dulce de leche. Si no responde, engordar veinte kilos en un día, jurando no hablarle nunca más (nice try). Si responde, sentirse Jennifer Aniston, agradecerle al universo por habérselo mandado. Autoestima y amor propio se disparan cien metros para arriba y...
AY LA PUTA MADRE, ¿AHORA QUÉ MIERDA LE CONTESTO?

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